Bacalao al pum-pum
El
revólver y la coartada para ese cliente habitual, previsible, están
listos.
En el
hotelito el viajante Gálvez descuelga el teléfono para encargar
cena. Se tumba vestido en la cama. Tal vez duerma.
Algo
después la luna moja de luz la fachada del edificio descubriendo a
alguien vestido de blanco a su lado.
No tiene
tiempo de gritar.
La
coartada perfecta (bacalao con tomate) se enfría irremediablemente,
como el cañón del revólver recién disparado. El cocinero lamenta
la pérdida, agitado, sudoroso :«Pruébelo si quiere, señor
inspector. ¡Pegado al fogón para nada!». Esta vez Gálvez no iba a
tener queja.
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