David Monteagudo: Brañaganda




Brañaganda
Ed. El acantilado, 2011


No apaguen las luces, que vamos a hablar del hombre lobo. David Monteagudo, Viveiro (1962), un moderno creador de suspense (véase por ejemplo su novela Fin) de sonrisa franca y generosa calva, no parece, a simple vista, ser el lobishome (el hombre lobo gallego) de Brañaganda, la aldea ficticia de la Galicia profunda donde se desarrolla su última novela. Sin embargo, nunca se sabe, tal vez haya que esperar a la luna llena. Esta asoma por entre elegantes descripciones del intrincado paisaje gallego, presentada por un Monteagudo, que da peso a los fenómenos atmosféricos que marcan las vidas de los aldeanos. Gente sencilla, vista por un narrador que recuerda su niñez en la que se debate entre el pantalón corto infantil y el largo del mundo de los adultos, donde se mueve inseguro. Perdido y dividido entre la creencia mítica en el Lobishome y la visión razonada que su padre le ofrece de las extrañas muertes que marcan con sangre las páginas de los calendarios de la aldea. Prácticamente solo las de los almanaques de Brañaganda, porque las de la novela no están manchadas por escenas sanguinarias gratuitas, no. Monteagudo recrea limpiamente la vida cotidiana de la aldea, las relaciones de poder entre sus habitantes, las formas encontradas de afrontar la existencia y la crueldad de los vivos, quienes pueden ser mucho más peligrosos que un hombre lobo. Este posible lobishome, sobre cuya existencia se especula, se esconde entre las casi trescientas páginas del volumen, como un río subterráneo que florece dramáticamente al cabo de una hoja, para seguir moviéndose luego bajo tierra, por los meandros de la conciencia del lector, inquietante, angustioso. El autor sabe dirigir su cauce sabiamente, consciente de que se teme más a lo invisible que a lo corriente y habitual, por muy dañino, real y palpable que esto sea. Y este guiar cuidado y atrayente de la prosa de Monteagudo, que avanza como un regato rápido y fresco, es capaz de convertir al lector, si no en un verdadero hombre lobo, sí en un devorador insaciable de sus ficciones, sin necesidad de esperar a la luna llena.

©Mikel Aboitiz

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